Foto: Principia Marsupia @pmarsupia Mar 13 |
Así, desde una distancia totalmente segura, me hago preguntas como estas. ¿Cómo te sientes si llevas semanas con los pies hundidos en el barro y sin saber cuándo los vas a poder sacar de ahí? Y no me refiero a una metáfora, sino a tener, literalmente, los pies hundidos en barro, día tras días, tus pies, los de quienes te rodean, los de quienes quieres, los de quienes quieres proteger. Sus pies están en el barro y yo me desespero por ello, pero los míos están secos, calentitos.
Si el llanto sirviera, lloraría.
Pero en mi mini-mundo, lo único que me puede acercar a quienes
sufren es un twitt, una imagen o una noticia, y llorar ahí, durante
los segundos a los que le presto mi atención, para después sentarme
en el sofá con una mantita y un libro, es, no me lo negarán,
ridículo. Conmoverse sin fruto. Y seguir con los pies secos.
Ejercicio: debajo de mi escritorio
instalo un balde lleno de barro y meto en él los pies a ver cuánto
aguanto. Esto, desde luego, no reconstruye la situación de, pongamos
por caso, Idomeni, pero algo tengo que hacer y hago esta chorrada.
Luego escribo sobre ello: una chorrada aún mucho mayor. Estoy así
tres horas. No sé si hubiera aguantado más, porque mis
responsabilidades (hacer la comida, ir a una reunión, estar con mi
madre, trabajar, sacar a la perra, hacer recados y cosas importantes
de este tipo) me impiden seguir con el experimento. Me lavo los pies,
claro, con agua caliente. Me pongo unos calcetines limpios y unos
zapatos secos. Doy pena, pero no porque sufro por otros o porque
quiero sufrir con otros o porque no sé qué carajo hacer con el
sufrimiento de los otros, sino porque hacer algo así es una gran
pijotada. Será falta de costumbre por haber vivido siempre en un
entorno fácil, pero lo cierto es que me siento muy incómoda cuando
me siento privilegiada, y voy y hago tonterías de esto pelo. Me doy
pena de la mala. Debería salir en “Los ricos también lloran”.
Podría
escribir algo en alguna de
las cincuenta mil redes sociales (y lo hago, lo estoy haciendo ahora
mismo), pero sería parecido a meter los pies en un balde con barro.
Así lo siento, al menos, de forma personal. Que el impacto
multiplicador de un mensaje lanzado puede resultar en un aumento de
la conciencia e, incluso, en una movilización, no lo niego. Pero,
seamos realistas, eso le pasa a muy poca gente. Yo quisiera mandar un
mensaje y que se montara la marimorena. Sin medias tintas. Lo cierto es
que, las pocas veces que he escrito, todo parece caer en un gran
vertedero donde van a
parar miles, millones de palabras. No digo que merezca otra cosa; solo
constato. Entonces ¿por qué escribir?
Imaginemos: consigo derribar todas esas razones; las supero. Bien. Ahora ¿qué hago? Y cuando digo “hacer” digo hacer de verdad, no digo firmar una petición en Internet. Algo que salve vidas, que las mejore, que las proteja. ¿Por dónde empiezo? Yo, una personita corriente, con recursos limitados, metida en el trantrán de la vida, tratando de salir adelante en una sociedad que se cae a pedazos. Alguien me dirá “haz un donativo para ayudar a los que sí pueden ayudar”. Vale. Ya está hecho. Pero ¿qué Hacer, desde lo que soy, para no ser arrastrada por una marea de "inhumanidad"?
Dicho esto, soy benevolente conmigo misma y me digo que
la razón más poderosa de mi pasividad es que no sé qué hacer
ante la magnitud y la ubicuidad del horror. Que me siento pequeña y
nada, pero que nada fuerte. Que ni siquiera sabría por dónde
empezar (qué país, qué frente, qué problema). Me siento
desbordada, ergo, paralizada. Si era eso lo que alguien
quería, lo ha conseguido.
Y mientras me deprimo con todas estas chorradas, ocurren cosas atroces en mi propio continente. Y no estoy allí ni para ayudar, ni para resolver, ni para consolar, ni para apedrear no sé qué ventana porque ni sé exactamente cuál hay que apedrear. Como una pija, me dedico a llorar mi pena de no saber cómo ayudar.
Y mientras me deprimo con todas estas chorradas, ocurren cosas atroces en mi propio continente. Y no estoy allí ni para ayudar, ni para resolver, ni para consolar, ni para apedrear no sé qué ventana porque ni sé exactamente cuál hay que apedrear. Como una pija, me dedico a llorar mi pena de no saber cómo ayudar.
Principia Marsupia @pmarsupia Mar 16 |
Beatriz, como tantas otras veces, gracias por tu artículo. Voy a hacerlo circular por las redes; no sé si valdrá para algo, pero la verdad es que no sé que otra cosa puedo hacer...
ResponderEliminarGracias Jose. Hoy vuelve a ser un día muy apropiado para que le demos unas cuantas vueltas a unas cuantas cosas. Aunque luego todo se quede en palabras.
ResponderEliminarLos europeos por muchos manifiestos que firmemos nunca lavaremos nuestra conciencia.
ResponderEliminarEl 17 de abril Donostia Kultura va a recoger katiuskas y botas de monte para que algunas personas más (pocas en comparación con lo que hay) puedan tener los pies secos un poco de tiempo. Parece poco y lo es, pero es una forma de empezar a salir de ese agujero de querer hacer y no saber qué. Porque será una pijotada, pero has descrito perfectamente la pijotada que sentimos muchas personas, y verbalizar, tú lo sabes bien, no es poco, aunque sea insuficiente.
ResponderEliminarGracias, Xabier, por tu comentario. Tomamos nota del día 17. Así, entre poner algunas palabras y algunas katiuskas, al menos tendremos la ilusión de estar haciendo algo.
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