lunes, 21 de marzo de 2016

Barrizal en Europa. Seguimos con los pies secos



Es difícil, sino imposible, separar la vida de una del resto del mundo. Mis días ahora mismo se componen de frustraciones personales del tres al cuarto y de anhelos egóticos, por un lado, y del dolor (masivo) ajeno del que nos ha tocado ser testigos, por el otro. Mis pensamientos y energías van y vienen entre qué ponemos para cenar y el drama de las miles de personas que huyen de la guerra y se hunden en el barro europeo.
Foto: Principia Marsupia ‏@pmarsupia Mar 13


Así, desde una distancia totalmente segura, me hago preguntas como estas. ¿Cómo te sientes si llevas semanas con los pies hundidos en el barro y sin saber cuándo los vas a poder sacar de ahí? Y no me refiero a una metáfora, sino a tener, literalmente, los pies hundidos en barro, día tras días, tus pies, los de quienes te rodean, los de quienes quieres, los de quienes quieres proteger. Sus pies están en el barro y yo me desespero por ello, pero los míos están secos, calentitos.

Si el llanto sirviera, lloraría. Pero en mi mini-mundo, lo único que me puede acercar a quienes sufren es un twitt, una imagen o una noticia, y llorar ahí, durante los segundos a los que le presto mi atención, para después sentarme en el sofá con una mantita y un libro, es, no me lo negarán, ridículo. Conmoverse sin fruto. Y seguir con los pies secos. 

Ejercicio: debajo de mi escritorio instalo un balde lleno de barro y meto en él los pies a ver cuánto aguanto. Esto, desde luego, no reconstruye la situación de, pongamos por caso, Idomeni, pero algo tengo que hacer y hago esta chorrada. Luego escribo sobre ello: una chorrada aún mucho mayor. Estoy así tres horas. No sé si hubiera aguantado más, porque mis responsabilidades (hacer la comida, ir a una reunión, estar con mi madre, trabajar, sacar a la perra, hacer recados y cosas importantes de este tipo) me impiden seguir con el experimento. Me lavo los pies, claro, con agua caliente. Me pongo unos calcetines limpios y unos zapatos secos. Doy pena, pero no porque sufro por otros o porque quiero sufrir con otros o porque no sé qué carajo hacer con el sufrimiento de los otros, sino porque hacer algo así es una gran pijotada. Será falta de costumbre por haber vivido siempre en un entorno fácil, pero lo cierto es que me siento muy incómoda cuando me siento privilegiada, y voy y hago tonterías de esto pelo. Me doy pena de la mala. Debería salir en “Los ricos también lloran”.

Podría escribir algo en alguna de las cincuenta mil redes sociales (y lo hago, lo estoy haciendo ahora mismo), pero sería parecido a meter los pies en un balde con barro. Así lo siento, al menos, de forma personal. Que el impacto multiplicador de un mensaje lanzado puede resultar en un aumento de la conciencia e, incluso, en una movilización, no lo niego. Pero, seamos realistas, eso le pasa a muy poca gente. Yo quisiera mandar un mensaje y que se montara la marimorena. Sin medias tintas. Lo cierto es que, las pocas veces que he escrito, todo parece caer en un gran vertedero donde van a parar miles, millones de palabras. No digo que merezca otra cosa; solo constato. Entonces ¿por qué escribir?

Más concretamente ¿por qué escribir ante el sufrimiento de los otros? Esta pregunta tendrá muchas respuestas, pero la mía es que yo no sé qué otra cosa hacer. Entonces escribo, que es equivalente, en mi caso, a no hacer nada, a ser pasiva. Pero ¿por qué esta pasividad? ¿Atrapada en una red de tareas inaplazables? ¿Excusas, porque me puede seguir teniendo los pies secos y calientes? ¿Acaso no me atrevo a liarme la manta a la cabeza, a abandonar mi confort? ¿Porque requiere un esfuerzo ingente? ¿Porque peligraría aún más mi futuro ya incierto de mujer de 51 y sin visos de tener para jubilarme? ¿O porque me da para llorar y conmoverme pero no para movilizarme (de verdad)?  ¿O acaso porque no sé hacer nada que pueda servir realmente de ayuda a los demás? ¿O igual se debe, simplemente, a que están lejos?
 
Imaginemos: consigo derribar todas esas razones; las supero. Bien. Ahora ¿qué hago? Y cuando digo “hacer” digo hacer de verdad, no digo firmar una petición en Internet. Algo que salve vidas, que las mejore, que las proteja. ¿Por dónde empiezo? Yo, una personita corriente, con recursos limitados, metida en el trantrán de la vida, tratando de salir adelante en una sociedad que se cae a pedazos. Alguien me dirá “haz un donativo para ayudar a los que sí pueden ayudar”. Vale. Ya está hecho. Pero ¿qué Hacer, desde lo que soy, para no ser arrastrada por una marea de "inhumanidad"?

Dicho esto, soy benevolente conmigo misma y me digo que la razón más poderosa de mi pasividad es que no sé qué hacer ante la magnitud y la ubicuidad del horror. Que me siento pequeña y nada, pero que nada fuerte. Que ni siquiera sabría por dónde empezar (qué país, qué frente, qué problema). Me siento desbordada, ergo, paralizada. Si era eso lo que alguien quería, lo ha conseguido.

Y mientras me deprimo con todas estas chorradas, ocurren cosas atroces en mi propio continente. Y no estoy allí ni para ayudar, ni para resolver, ni para consolar, ni para apedrear no sé qué ventana porque ni sé exactamente cuál hay que apedrear. Como una pija, me dedico a llorar mi pena de no saber cómo ayudar.
Principia Marsupia ‏@pmarsupia Mar 16

6 comentarios:

  1. Beatriz, como tantas otras veces, gracias por tu artículo. Voy a hacerlo circular por las redes; no sé si valdrá para algo, pero la verdad es que no sé que otra cosa puedo hacer...

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  2. Gracias Jose. Hoy vuelve a ser un día muy apropiado para que le demos unas cuantas vueltas a unas cuantas cosas. Aunque luego todo se quede en palabras.

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  3. Los europeos por muchos manifiestos que firmemos nunca lavaremos nuestra conciencia.

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  4. El 17 de abril Donostia Kultura va a recoger katiuskas y botas de monte para que algunas personas más (pocas en comparación con lo que hay) puedan tener los pies secos un poco de tiempo. Parece poco y lo es, pero es una forma de empezar a salir de ese agujero de querer hacer y no saber qué. Porque será una pijotada, pero has descrito perfectamente la pijotada que sentimos muchas personas, y verbalizar, tú lo sabes bien, no es poco, aunque sea insuficiente.

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    1. Gracias, Xabier, por tu comentario. Tomamos nota del día 17. Así, entre poner algunas palabras y algunas katiuskas, al menos tendremos la ilusión de estar haciendo algo.

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