lunes, 2 de marzo de 2015

De bichos y antropólogas: unos pensamientos sobre mi trabajo de campo

Circunstancias de la vida me han llevado a tener que reflexionar sobre mi trabajo de campo en Micronesia. Es esta una experiencia que he llevado y lucido como una cicatriz (más allá de cualquier consideración estética, como una marca que te deja la vida): inscrita en mi cuerpo y mi carácter. Pero, curiosamente, nunca me he detenido a reflexionar sobre lo que allí viví, ni como antropóloga ni como persona. Y ahora que me pongo a ello, me doy cuenta de que el pasado es un país lejano y, a menudo, extraño, sobre todo para quienes tenemos mala memoria.



Han pasado 23 años desde que puse el pie por primera vez en Micronesia. De la última han pasado ya 15. Abandoné Micronesia y el Pacífico definitivamente en el 2003 cuando decidí explorar otras junglas igual de espesas pero mucho más cercanas. Desde entonces Micronesia se convirtió para mí en un tema de exposición y resumen cuando así me ha sido requerido. No recuerdo en qué momento metí todo en el baúl de los recuerdos. Pero nunca me dejó de molestar, cual chinita en el zapato, algo. Algo a lo que intento poner nombre en este post. Atención, esto es una jugada en directo.

Mi amiga y antropóloga Carmen Gregorio, también perturbada por una chinita parecida o similar, me ha dado algunas pistas que me han servido de salvavidas en este viaje al pasado. Me siento literalmente salvada por su texto porque ya me veía yo pereciendo ante una situación totalmente abrumadora. Cuando encontré mis diarios de campo en el armario más recóndito de la casa y me puse a releerlos, saltando al azar de una hoja a otra, solo conseguí que se me agolparán las lágrimas en la garganta, sin saber muy bien por qué. Solo podía pensar que estaba abrumada, pero sigo sin conocer la causa precisa. En el texto de Carmen he encontrado algún que otro hilo rojo que me ha permitido empezar por algún lado a digerir algo, toda una experiencia que, a ojos vista, no había conseguido traspasar el esófago.

De todas sus reflexiones, retomo aquí una de ellas:
"Mis relaciones con algunas de las personas con quienes conviví durante los 5 años que me ocupó el trabajo de campo de mi tesis (...) fueron muy cercanas, estableciéndose vínculos emocionales. Sin embargo, en la escritura de mi tesis (...) omití cualquier dimensión 'subjetiva' y 'emocional' de mi proceso de trabajo de campo".  
Sin duda, esta es una cuestión que se me presentó como cuando alguien te mete el dedo en el ojo. Claramente, algo me estaba cuestionando. Mis diarios de campo están repletos de trazas de esa misma intimidad con las personas con las que conviví, sin embargo mi tesis (y posteriores textos) está pasteurizada, liofilizada, esterilizada y fumigada hasta tal punto que es imposible reconocer remotamente ni a las personas ni las circunstancias que allí viví.

Esta reflexión me lleva a los insectos. ¿Es la antropóloga como una entomóloga, capaz de describir a sus bichos sin nombres ni atributos distintivos? ¿Qué quiere decir esto? ¿Son simplemente gajes del oficio que no es necesario cuestionar? ¿Importa? ¿No importa? (Y no me refiero solo a si importa en el resultado del trabajo). Lo cierto es que hace que me revuelva en mi silla.

Saliendo del reino de los insectos, pero siguiendo con otro tipo de bicho, a veces pienso, apenada, que podría compararme a una sanguijuela o a un murciélago-vampiro, que extrae de sus víctimas-informantes toda la información que le es posible, incluso sin que estas se den cuenta de ello. Esta idea me incomoda, sin decidirme si esto es así o si solo estoy exagerando. Sí recuerdo que durante mi trabajo de campo esta sensación de malestar también me carcomía: era como vivir en cierta esquizofrenia en las que mis compañeras y yo éramos amigas y confidentes, pero, por otro y simultáneamente, ellas eran para mí informantes y yo antropóloga (también para mí). ¿Eran ellas conscientes? ¿Se sentirían traicionadas? Nunca les pregunté.

Mis diarios están repletos de información cotidiana, de minucias, de detalles, que me fueron en una grandísima parte muy útiles para elaborar la reflexión teórica que conlleva una tesis. Todo ello extraído de la puritita convivencia, la equivalente a la que se tiene con la propia familia. A fin de cuentas, todo para que yo fuera construyendo mi carrera profesional, cuyo paso fundamental y fundador era el trabajo de campo y la consiguiente tesis. ¿Qué les he dado yo a cambio? Me cuesta decidirme sobre la naturaleza de mis sentimientos hacia ellas, y, por lo tanto, evaluar lo que han recibido de mí, donde la amistad se enreda (¿o contamina?) con un interés teórico, profesional, personal...

En fin, no pretendo aquí poner patas arriba la labor antropológica, sino escarbar en ciertas heridas y contradicciones que me afectan como pequeño e insignificante ser humano que soy.

En mi diario encuentro algunas entradas en las que se adivina cierto hastío del quehacer antropológico, donde ahora percibo que ya entonces me acechaba la sospecha de que estaba dejando de lado algo humanamente fundamental:

"Me estoy cansando de este diario y de tener que describir estúpidas realidades que solo pueden interesar a los antropólogos. Sería más interesante hablar, por ejemplo, de la exuberancia de Korea, de que parece una granada abierta. Podría hablar de la carita redonda de Tina, que trata de olvidar su embarazo, su gran embarazo. Del cuerpo caliente de Kapet y su hermoso pelo negro. De la brutalidad de Joyce. O de la gratuita inocencia de Loren. Pero tampoco sé si todo eso es importante. Ni siquiera la pequeña y profunda belleza de Mannu".
Ahora, desde la distancia, sé que las echo de menos.







3 comentarios:

  1. Muy buena reflexión, Beatriz. Somos humanos y no pasamos delante de la vida de los demás sin dejar -y tomar- una huella.
    Creo que esas otras personas tendrán también similares sentimientos hacia ti.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias José Mari por tu comentario. Espero que sea como tú dices y que mis compañeras de confidencias en Micronesia se hayan quedado con la mejor parte de lo que allí dejé.

      Eliminar
  2. Vaya, lo he hecho mal y después de escribir el comentario veo que se ha borrado. Te decía que me parece un comentario muy bello y que comparto. En mi experiencia personal como antropóloga feminista, veo que cada vez escribo menos y me guardo más todas las experiencias que tengo con personas de acá y de allá. En cualquier caso, como ahora tú, a veces tenemos necesidad de contar y escribir sobre esas experiencias y por ello, tenemos que luchar porque al contarlas podamos hacerlo desde dentro, desde nuestras emociones y sentimientos y con las personas que las hemos vivido. Un muxu.

    ResponderEliminar