Se acercan las elecciones municipales y no quiero
desaprovechar la ocasión para hablarles de un tema que me persigue. Seré
original y no gastaré ni un solo bit en criticar a la clase política. Otros,
más competentes, ya se ocupan de esa triste tarea. De lo que quiero hablarles aquí es de los límites de lo
humano y de la democracia.
Por si no lo recuerdan, la elección de representantes a través del voto es el ejercicio que supuestamente caracteriza a la democracia. Bien, de momento no pondremos esto en cuestión, igual otro día. Hoy nos vamos a dejar seducir por la retórica de los tiempos y vamos a imaginar por un momento que sí, que democracia es esto en lo que vivimos, y que este domingo seremos testigos y partícipes del principal ritual de la liturgia democrática: el voto.
Por si no lo recuerdan, la elección de representantes a través del voto es el ejercicio que supuestamente caracteriza a la democracia. Bien, de momento no pondremos esto en cuestión, igual otro día. Hoy nos vamos a dejar seducir por la retórica de los tiempos y vamos a imaginar por un momento que sí, que democracia es esto en lo que vivimos, y que este domingo seremos testigos y partícipes del principal ritual de la liturgia democrática: el voto.
Admitamos, provisionalmente, que democracia es votar. Votamos
para elegir a quienes nos representan y, supuestamente, defienden nuestros
derechos (nos lo creemos un momentito). Y es aquí donde, antes de llegar a la
cuarta línea, cortocircuito. He de reconocer que puede deberse a una lectura
superficial del comportamiento humano, en caso de elecciones, siempre tamizada
por las estadísticas de los resultados y las encuestas. En cualquier caso, y admitiendo dicha
superficialidad, no me digan que no
resulta incomprensible que tengamos que ser testigos tan a menudo de que la
población, mediante su voto, permita llegar a gobernar a quienes una y otra vez han demostrado carecer de cualquier virtud honrosa. Si al menos esto
redundara en el bienestar de quienes votaron sería comprensible. Pero lo cierto
es que votan y, peor aún, re‑votan a quienes han actuado en contra de sus propios
intereses.
Visto lo visto, y siguiendo con la premisa de que democracia
es votar, yo me pregunto inocentemente: ¿acaso carecemos de un reparto más o
menos aceptable entre la población de raciocinio, discernimiento, educación,
información, criterio, no sé, instinto de supervivencia, etc., cualidades
necesarias para poder votar con un poco de sentido? ¿Entendemos lo suficiente las personas de a
pie las decisiones que toman los políticos en oscuros y complejos asuntos?
¿Sabemos, en último término, quién toma las decisiones que afectan a nuestras
vidas? ¿Estamos realmente preparados o capacitados para vivir en democracia, es
decir, preparados para votar, repito, con sentido?
No me cabe en este blog discurrir sobre lo estrecho del
actual sistema democrático, donde todo lo que podemos hacer es elegir entre El
partido Malo y el partido Peor, o votar a X para que no salga Y. Muy triste.
La cancha es tan pequeña que solo se puede jugar a lo que se puede jugar, y no hay
oportunidad de desarrollar ninguna capacidad más o menos honorable. Lo que
quiero decir es que no me puedo poner a criticar al género humano y a cuestionar
sus capacidades sin reconocer los pequeños márgenes en los que se mueve. Dicho
esto, me interesa la cuestión de quiénes somos y cómo somos las personas que vivimos
en “democracia”. Me intriga ese fenómeno, más o menos acusado dependiendo de la
zona, de seguir votando a quien te ha puteado. Creo que dice mucho sobre la
cuestión de ¿qué personas para la democracia?
El verano pasado cayó en mis manos el libro “Perspectivas democráticas y otros escritos” de Walt Whitman.
Me llamó la atención su reflexión sobre la naturaleza humana y su encaje
en la democracia. Su lectura me resultó un poco deprimente, porque concluí que,
si Whitman tenía razón, para vivir en democracia (dejemos de nuevo su
definición en un limbo) hay que ser un héroe. A sus palabras me remito:
“Vivir democráticamente, vivir de forma receptiva y sensible, es arriesgado, y por lo tanto la invitación a hacerlo resulta algo a lo que nos resistimos fácilmente. La causa de ello es la cantidad extraordinaria de autosuperación que requiere, ya que muchas cosas de uno mismo deben ser superadas”.Esto lo dice Whitman, entre otras razones, porque considera que la democracia es algo más que votar: es una forma de vida.
Vivir en democracia tiene que ver, según Walt, con identificarse
con los demás, con la receptividad, con la responsabilidad ante los otros, con la
mutualidad entre desconocidos. En último
término, la democracia sería un sentimiento de amor y comunión universal. ¡Madre
mía, casi nada! Y nosotros hablando de ir a meter una papeleta en una urna.
Pero no nos despistemos. La idea de la democracia de nuestro
querido Walt es muy hermosa, muy lírica también, pero no me negarán que roza la
literatura fantástica o religiosa. No solo hay que ser un héroe o una heroína
para vivir en democracia, sino también un/a santo-a. ¿Dónde encontramos a gente tan
estupenda?
Lo que realmente me resulta más interesante de Whitman es
que se plantee la cuestión de qué personas necesita una democracia. Un tema del
que ya no hablamos, pero que fue importante en los albores de la democracia moderna y
que tiene que ver con el actual carácter constreñido o estreñido de nuestros
gobiernos, herederos de aquellos tiempos: ¿es el pueblo racional?, ¿no es acaso
una banda de energúmenos necesitados de una autoridad que los guíe por su bien?
Finalmente se le dio el voto para hacer ver que se aceptaba su capacidad de
raciocinio, pero se le limitó su poder para controlar la fiera que lleva dentro.
Mi admirado antropólogo David Graeber me resulta más
esperanzador. No hace mucho leí dos libros suyos, “La Démocratie aux marges” (La
democracia en los márgenes) y “The Democracy Project. A History. A Crisis. A Movement.”
(El proyecto democracia. Una historia. Una crisis. Un movimiento). En los dos
libros se refleja la fe absoluta que tiene en la capacidad del ser humano para
vivir en democracia (entendiendo esta como algo que va mucho más allá de votar),
y ello sin necesidad de que sea necesario esperar una mutación genética.
Para concluir, les dejo aquí dos ideas de Graeber que me resultaron inspiradoras: que una experiencia realmente democrática transforma a las personas, y que basta con quitarle las armas a alguien para que se convierta en un ser absolutamente razonable.
Para concluir, les dejo aquí dos ideas de Graeber que me resultaron inspiradoras: que una experiencia realmente democrática transforma a las personas, y que basta con quitarle las armas a alguien para que se convierta en un ser absolutamente razonable.
Muy interesante y oportuno tu comentario para este día de reflexión. Creo que refleja muy bien la incertidumbre que vivimos muchas personas a la hora de decidir, primero, si ir a votar y participar de este entramado llamado “democrático”, o no hacerlo; y segundo, en caso de votar, elegir a quién damos nuestro voto. Las cifras de indecisos que dan las encuestas son significativas. Como dices, hablar de la historia de la democracia y sus distintos tipos sería una cuestión compleja que no puede abarcarse aquí, pero hay algo que personalmente relaciono con la idea de lo que sería una democracia “creíble”: una situación de igualdad en el sentido de acceso a recursos materiales y simbólicos (nivel de vida aceptable, educación, cultura…). Nada más lejos de la tesitura actual de profundas desigualdades, que van en aumento y que parece se han instalado para largo. En este contexto, los clientelismos de todo tipo están a la orden del día. Sería interesante, como antropólogas, saber algo más de las razones que llevar a las personas a votar una u otra opción.
ResponderEliminarolé beatriz
ResponderEliminarbien dicho
pilar