domingo, 9 de marzo de 2014

La criada bajo el yugo del cuento

Hay días en los que el ánimo está tan amargamente cenizo que sería mejor no escribir. Pero están de suerte, porque no va a tener que tragarse las pústulas que estoy produciendo profusamente en este momento al leer esta entrada, ya que la escribí casi en su totalidad cuando me hallaba en un estado infinitamente más jovial y aun no era presa del estado que precede a la aparición de una calentura en el labio.

Sin embargo, les prevengo: el tema también es ceniciento, como si algo ya me hubiera anunciado lo que estaba por venir. Espero que esto no les desanime de la lectura, y aún menos cuando les diga que al escribir esta entrada me voy a meter en un berenjenal del que no sé si voy a salir bien parada. Bien, allá voy.

Aquí les quería seguir hablando de la ciencia ficción y la etnografía, y el pretexto es la escalofriante distopía que mencionaba al final de mi anterior entrada: El cuento de la criada de Margaret Atwood.


No les voy a espachurrar la historia, como, les prevengo, hace la Wikipedia (por lo que les desaconsejo vivamente la consulten antes de leer el libro; háganlo después). Pero sí me van a permitir un pequeño desvarío de algunos de los muchísimos temas que me inspira esta gran obra.

Queriendo ser precisa y tratando de no ser muy aburrida, empezaré pisando una esquinita del vasto terreno de la clasificación literaria en géneros: este libro no es exactamente ciencia ficción. La propia Atwood prefiere meterlo en la cesta de la "ficción especulativa" y sacarlo de la de "ciencia ficción" (cesta, sub-cesta..., en fin, esto de los géneros siempre es controvertido). ¿La diferencia? Pequeña pero significativa: la primera se sirve de lo que ya existe y es posible, la segunda de lo que aún no podemos hacer, tal y como la misma autora define. El cuento de la criada es precisamente eso: un ejercicio de especulación sobre lo que puede ocurrir en nuestro mundo con lo que ya tenemos entre manos, y eso es lo que hace su lectura tan espeluznante. A pesar de que Atwood describe una sociedad imaginada, todo resulta un poco familiar, un poco conocido, hay un cierto déjà vu, no es la marcianada  de Le Guin de la que les hablaba. ¿Tan conocido y tan familiar como para decir que solo se trata de una exageración de lo que ocurre de verdad? No sé si diría tanto, pero, depende cómo lo miremos, tampoco estaría tan lejos de eso: aunque diferentes, algunas mujeres, en algunos lugares, viven situaciones, cuanto menos, comparables en el horror a las que refleja este libro.

The Handmaid's Tale, en su título original, es también una descripción: el de la sociedad de la República de Gilead, fruto de una catástrofe ecológica y la instauración de un régimen fundamentalista atroz. Lo que Atwood nos quiere contar en esta historia es hasta qué extremos puede llegar un régimen que se basa en la idea de que mujeres y hombres son totalmente diferentes en su naturaleza, función y valor. Así que lo que describe de esta sociedad que ella imagina es su estructura social a través de dónde y cómo se sitúan en ella las mujeres y los hombres. Y aquí aprovecho la ocasión para repetir por enésima vez lo que he expresado en muchas otras plazas (y que también es una copia de algo que alguien dijo): ¿Se puede explicar , describir, una sociedad sin hablar de mujeres y hombres? Aunque no lo crean, eso parece, o así lo hicieron algunos. Quienes así proceden suelen padecer de un curioso mal que se denomina androcentrismo y del que se ven aquejadas muchas disciplinas, sí, incluso la antropología. Y eso que parece que fuera necesario ser malabarista para evitar darse de morros con un hecho tan incontournable como que el género humano, ergo, las sociedades humanas, se compone de mujeres y hombres.

Pero este hecho del dimorfismo sexual (real, imaginado, exagerado o transformado) cayó por su propio peso como cayó la manzana de Newton, y al ser lxs practicantes de la disciplina antropológica quienes mejor estaban situadxs para ser testigo de esta verdad impepinable, fueron quienes antes dieron la voz de alarma. Luego siguieron otras especialidades. Difícilmente se podía seguir ignorando esta ceguera sistemática por mucho tiempo, ya que generaba resultados tan absurdos y que chirriaban tanto como este:  "Todo el pueblo entero se marchó el día siguiente en una treintena de piraguas, dejándonos solos con las mujeres y los niños en las casas abandonadas". ¿No es para partirse de risa? Y esto no lo escribió cualquiera, sino uno de los grandísimos popes de la antropología: Lévy-Strauss (1936, "Les BoroBoro"). Es un ejemplo anecdótico, lo confieso, pero altamente ilustrativo, no me lo negarán.

Volvamos al cuento. Si bien está contado, como no podía ser de otro modo en su género, de manera literaria y narrada mayormente en primera persona, a mí me resulta muy etnográfico, aunque confieso que puede ser deformación profesional. Lo cierto es que a través de los detalles que la protagonista nos va dando de su vida podemos recomponer de forma bastante clara cómo es esta sociedad: estructura, jerarquías, rituales, valores, etc. Si alguien duda incluso después de haber leído el libro, no tiene más que consultar la Wikipedia (sobre todo la entrada en inglés), donde se muestra un claro esquema de la organización social comparable al que se podría desprender de cualquier etnografía (pero háganlo después, no lo olviden).

Uno de los muchos temas que me sugiere esta lectura es la fuerza de los relatos, algo con lo que ejerciendo de etnógrafa me topo muy a menudo. En la historia de Atwood, la Biblia es el tocho que cae ruidosamente desde cierta distancia encima de la mesa para acallar cualquier otra voz, y que da sentido y legitimidad a las atrocidades que allí se cometen. El lugar que ocupa la protagonista (Offred, que quiere decir literalmente "de Fred", y no les doy más pistas) en el entramado de esta sociedad se basa en la historia de Jacob. Fíjense qué perversidad: las esposas de Jacob (que eran dos hermanas, Lea y Raquel), en una aparentemente encarnizada lucha por ver cuál de las dos le daba más hijxs, ofrecieron a su marido sus respectivas criadas para acrecentar la prole de cada una de ellas. Es decir, las criadas estaban allí solo para parir hijxs para sus amas y, en última instancia, para Jacob. Offred, en su identidad, su valor, su función, no hace sino reproducir el papel bíblico de las criadas de Lea y Raquel en su vida y para la sociedad. Y lo reproduce en varios frentes, pero el fundamental es el sórdido ritual a la que es sometida para cumplir su función reproductora. 
("The Handmaid's Tale, Margaret Atwood, picture book. The Folio Society, 2012. Ilustración de las gemelas Balbusso)

Offred, desde su cometido impuesto, contribuye a una representación más general donde todos los personajes, a su vez, reproducen otras partes del Gran Relato que los engloba: la Biblia. Y ahora callo porque no les quiero decir si el asesino es o no el mayordomo.

Ya ven que he procurado no pisotear el berenjenal y pasar de puntillas, pero aun no hemos salido del todo de él. Les dejo esta última reflexión para que rumien. Los humanos somos seres narrativos, no sé cómo decirlo de otro modo. Necesitamos historias para dar sentido a lo que vemos y vivimos que, a menudo, se convierten en mito, en  algo con una tremenda fuerza para movilizar no solo energías y emociones, sino también ejércitos. Una vez escuché no sé dónde al gran conocido y nada eminente antropólogo, Iggy Pop, que la vida realmente no tiene ningún sentido porque está compuesta de cachitos inconexos a los que, sin embargo, nos empeñamos en dar una forma más o menos narrativa y causal (o algo así). En Her, Scarlett Johansson, en su también pulposa voz, dice algo así como que el pasado es una historia que nos contamos. Nada que diste mucho de los recuerdos implantados de los androides de Blade Runer, por no hablar de la delirante alucinación colectiva de The Futurologial Congress de Stanislaw Lem, o de la gran mentira que se descubre en The Matrix, solo por citar algunos ejemplos célebres del género.  En todos estos casos un relato moldea, fuerza y da sentido a la vida de las personas de manera individual o colectiva.

Lo mismo podríamos decir del presente, del futuro, de quiénes somos, de cómo nos definimos, de cómo definimos a los demás, de la diferencia sexual, de la Madre Naturaleza, del trabajo, del sexo, del amor, etc. Para explicarnos todo eso nos hace falta una historia, un cuento, que dé sentido, que ponga orden en el desorden. Cuando no lo tenemos, ocurren cosas como las que le ocurren a una buena amiga mía que dice: "No sé qué me toca sentir", por ponernos en plan micro. La realidad, sin embargo, a menudo se resiste y es tan compleja que hay que forzarla para que todo nos cuadre. Bien, pues hay quien se empeña en hacerlo a base de porrazos: ejemplo extremo de ello son los fundamentalismos (digo bien, "extremo", que no único).

¿En qué relato nos basamos, en qué historieta? ¿Legitima susodicha historieta lo que hacemos (matar, obedecer, someter a los demás, dejarnos someter...)?  ¿De verdad legitima? Pero ¿quién legitima el relato primordial, en primer lugar? ¿Fue primero el huevo o la gallina?

Aquí les dejo con este galimatías del que, evidentemente, no he sabido salir nada airosa.









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