domingo, 16 de abril de 2017

Calais: el paisaje

16 abril, 2017

Tercer día en Calais.

Voy tomando el pulso al lugar y descubro que, uno, hay un tomate nada fácil de describir, y, dos, que puedo pasar aquí dos semanas sin ver a un solo refugiado. Casualidad, hoy he conocido a uno. En la cocina. Un paquistaní que está en un programa universitario en Lille que acogió a unos cuantos habitantes de la antigua Jungla. Ha venido a Calais los días de vacaciones para echar una mano. Por lo demás, no es fácil verlos.




El trabajo de la mayoría de los voluntarios se restringe a la cocina y al almacén. Al menos en estos días. La distribución de la comida, momento en el que se tiene contacto con los refugiados, es un tema complicado. Entre otras razones, porque todo el mundo quiere ir y eso no es posible. De modo que la distribución de la comida es, entre los voluntarios, como el Santo Grial: todos queremos realizar ese encuentro que, pensamos, nos transformará de una forma u otra, pero nos dan largas a ver si nos olvidamos. Me temo que la gente de la organización están hasta el moño de que les andemos preguntando si podemos ir a la distribución de comida.

Por otra parte, y lejos de considerar a los refugiados como un espectáculo al que los pijos europeos queremos asistir, creo que ese contacto es fundamental. No sé, digo yo. Al menos lo es para mí porque espero que me sirva para sacudirme y quitarme esa sensación de estar viviendo en un juego de los Sims. Claro, esto a los refugiados y la organización les trae sin cuidado, como era de esperar. Aunque creo que habría que considerar esta cuestión más seriamente. 

Después del incendio del campo de Dunkerque, se está reubicando a muchas personas en diferentes puntos de Francia; en cierto modo, podríamos decir que los están dispersando. Así que el número de refugiados aquí ha disminuido algo. Muchos de ellos se han instalado en diferentes lugares que no están a la vista de cualquier transeúnte. El caso es que, si bien ya no son los 6.000 de antaño, siguen siendo unos cuantos (alrededor de 1.500) para no verlos. Parecen fantasmas agazapados.

Ayer, nuestra casera nos dio un tour por Calais. Nos llevó donde se ubicaba la antigua Jungla. [La “Jungla”, tal y como se llegó a conocer, era un espacio a las afueras de Calais, próximo a la zona industrial, donde su alcaldesa agrupó a todos los refugiados que pululaban por la zona. Según diferentes fuentes, su población llegó a ser de entre 6.000 y 10.000 personas. Fue desmantelada en noviembre del año pasado. Muchos de sus habitantes fueron reubicados en diferentes puntos de Francia (de la misma manera que lo están siendo ahora después del reciente incendio del campamento de Grand Synthe de Dunkerque), otros pudieron ir al campamento de Dunkerque y otros no se sabe]. Decía, nuestra casera nos hizo un tour por Calais, empezando por el emplazamiento de la antigua Jungla, donde pudimos ver un enorme descampado al lado de la carretera y un grafiti de Banksy  (Steve Jobs, hijo de un refugiado sirio, con un antiguo Mac en la mano y una bolsa al hombro). De ahí fuimos a ver otras obras de Banksy en la ciudad, y de paso pudimos ver un paisaje totalmente copado por las vallas. Kilómetros y kilómetros de vallas que encierran todo el área del puerto y muchas de las carreteras cercanas.  Según nuestra casera, esto ha supuesto un cambio radical en el paisaje de Calais.



Nos enseñó también algunos de los lugares donde los refugiados se instalaban antes de que fueran a la Jungla desde que empezaron a llegar, allá por el año 1989 (con la guerra de los Balcanes). Sí, tanto tiempo.

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