14 de abril, 2017
Primer día en
Calais. No tengo pensado escribir un diario, que nadie se asuste,
sino usar este blog para pensar en voz alta sobre algunas de las
cosas que considero comentables.
En Calais trabajan
varias organizaciones de forma coordinada y uno de los lugares donde
se encuentran muchas de ellas es el almacén donde hemos llevado
nuestra mercancía y donde hemos trabajado todo el día (y donde lo
haremos los próximos días). En otro momento, cuando tenga más
información, os hablaré de ello.
Hemos llegado al
almacén, donde se ubica también la cocina, a las 9 de la mañana
con nuestra furgoneta. Rápidamente, se han acercado unas cuantas
personas y hemos descargado y distribuido todo a las diferentes
secciones en muy poco tiempo. Todo ha ocurrido muy rápidamente, los
carros se han acercado, se han llenado y se han ido a donde les
correspodía sin saber muy bien quién se ocupaba de qué.
El resto del día ha
sido esa misma tónica: un montón de trabajo que se iba haciendo sin
que nadie supiera muy bien qué había que hacer. El espacio es un
enorme hangar dividido, a grosso modo, en dos áreas: la cocina y el
almacén. Nosotros, hoy, nos hemos sumergido en la cocina.
No había nadie ni
esperándonos ni explicándonos. Pero rápidamente hemos entendido
que esto es habitual y que ni siquiera es necesario que sea de otro
modo. Entrar en la cocina ha sido como meterse directamente en una
lavadora y ponerse girar y girar. Un caos de gente haciendo miles de
tareas sin orden aparente, cortando zanahoria, ajos, perejil, pesando
avena, derritiendo mantequilla, envolviendo trozos de tarta, batiendo
mezclas, horneando, y recogiendo, limpiendo y ordenando al mismo
tiempo. Nos hemos caído ahí adentro y, ante el riesgo de quedarnos
con un pasmo esperando que alguien nos dijera qué hacer, nos hemos
lanzado a las mesas donde la genta estaba trabajando y nos hemos
sumado a lo que fuera que estaban haciendo. Y así hemos pasado el
día, de mesa en mesa, preguntando qué hay que hacer, o buscando
algo útil en lo que ocuparse y que nadie más estaba haciendo. En
ningún momento hemos estado de brazos cruzados, y todo se hacía con
una eficacia pasmosa. No sé cuanta gente había en esa enorme
cocina, 50 personas o más. Todas de un lado a otro, con un continuo
“ups, sorry”. Nadie dando direcciones u órdenes. Todo el mundo
haciendo algo, sin respiro. En un caos aparente total, ¡oh, magia!,
todo funcionaba como un reloj suizo.
Imaginad un lugar
lleno de gente, a menudo personas recién llegadas, como nosotros;
otras personas tan solo llevan unos días y no se van a quedar muchos
más. Es decir, lleno de gente puramente de paso. Personas de
diferentes países, que hablan lo que saben o lo que pueden; de
oficios no solo diferentes, sino también irrelevantes para lo que
hacemos; todas ellas trabajando en una enorme cocina que funciona con
donaciones y trabajo voluntario, y que tienen que dar de comer,
diariamente, a cientos de personas; con el agravante de que el fuego
de hace tres días ha desbaratado todo el poco orden que existía.
Bien, pues en ese contexto, pocas veces he visto trabajar a tantas
personas a la vez de manera más eficiente.
Es extraordinario.
No puedo decir otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario