viernes, 31 de enero de 2014

Sentarse correctamente


En el reportaje del que hablaba en mi anterior entrada, podemos oír y ver en varias ocasiones a Mead. Dice infinidad de cosas, pero de todas ellas me tocó la fibra una en particular cuando habla de su experiencia en Samoa. Dice: "aprendí a sentarme correctamente".

Cuando oí esto pensé que, muy posiblemente, esta frase pasaría desapercibida para la mayoría de lxs oyentes. En el mejor de los casos, les resultaría enigmática. ¿Qué secretos puede tener sentarse? ¿Se aprende? ¿Se estudia? Es más, ¿se puede hacer mal? Pues sí: se puede hacer pero que muy mal. Así que aprender a hacerlo bien tiene un mérito que Mead supo apreciar. (Es todo un arte que, por cierto, queda muy bien ilustrado en las imágenes que recogen el testimonio de  su antigua y "mentirosa" informante).


Digo esto porque conozco la experiencia. Polinesia no es Micronesia, que es lo que yo he conocido en carne propias, pero entre ellas hay importantes semejanzas que parecen mayores cuantos más sean los kilómetros que de ellas nos separan. Una de estas cosas comunes es lo de sentarse. A ver ahora cómo lo cuento para que no sean 15 páginas. Y es que el tema tiene mucha miga. Intentaré ceñirme a mi experiencia personal y dejaremos para otra ocasión (¿otra más?) la miga.

He de confesar que cuando yo fui a Micronesia llegué con ventaja, más al menos que las pobres chicas de los Cuerpos de Paz que poblaban las islas (todas estadounidenses, por si hay alguna duda). Mis ventajas eran varias: la primera es que era, o estaba en camino de, hacerme antropóloga y, si bien era mi primer trabajo de campo, el leitmotiv en estos casos es observar, tomar nota, preguntar y adaptarse al máximo, de modo que ya iba preparada; y la segunda es que, a pesar de que al llegar ahí era totalmente ignorante de la importancia de sentarse bien, yo iba a hacer una investigación sobre el cuerpo y la sexualidad, entre cuyas unidades de observación se encontraba una muy importante: el corportamiento corporal. Las Cuerpas de Paz, sin embargo, iban allí, básicamente, a enseñar inglés en su labor colonizadora y ni se les pasó por la cabeza pensar que sentarse bien podía ser tan importante, algo que yo averigüé a los pocos días de mi llegada. Déjenme que les diga: es la puerta de entrada para una integración con fundamento, particularmente para una mujer.

Pero ¿qué es sentarse bien? Vayamos por partes. Lo primero que hay que saber es que ahí una no se sienta en una silla, y esta es la primera dificultad: te sientas en el suelo. Desconozco si han tenido que sentarse muchas veces en el suelo y menos si lo han tenido que hacer mientras visten una falda. Sepan, pues, que esto entraña grandes peligros, esencialmente el de dejar ver aquello que debe permanecer oculto a ojos ajenos: las bragas. Me dirán que aquí tampoco está muy bien visto; pero créanme, no se pueden ni imaginar lo que allí esto supone comparativamente en términos de 1) agravio y 2) cachondeo.

Las chicas de los Cuerpos de Paz bastante tenían con lo suyo, sobre todo cuando estaban recién llegadas. Muchas, hay que conceder, terminaban por aprender aleccionadas por las jóvenes nativas. Lo cierto es que yo sufría cuando, en ocasiones, dejaban entrever sus bragas al sentarse, al levantarse o, peor aún, al permanecer sentadas. Esto se podía convertir en la comidilla no solo de todo el pueblo, sino de todo el archipiélago. No hay que culparlas, porque aquí viene la segunda parte. Intentar entender qué ocurre en un grupo de personas por la forma en que estas están sentadas en un mismo espacio en estas latitudes, para después poder aplicárselo a una misma, es todo un ejercicio de semiótica. En ese gesto y en esa posición se encierran muchas de las claves de la cultura y la estructura social. Así que, sí, efectivamente, es muy importante aprender a sentarse correctamente para no meter la pata y crear signos que podrían ser interpretados en unas claves muy peligrosas.

Otro día les cuento con más detalle.

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