martes, 25 de abril de 2017

Calais: run, run


En un día de trágica resaca electoral, donde Francia tiene que elegir entre Guatemala y Guatepeor, una se pregunta qué efectos puede tener todo esto en las personas refugiadas. Ahora me hago esa pregunta de una forma diferente a cómo me la habría hecho si no hubiera venido a Calais. Ahora  "personas refugiadas" son nombres y caras de personas que sé que en este momento se están mojando porque llueve en Calais. Y eso que no conozco a muchas.


Una forma de hacer que las personas salgan del fondo borroso en el que las mantenemos en nuestra cabeza es cuando te cuentan sus historias. Aunque lo hagan brevemente y con las pocas palabras que conocen del inglés. He elegido unos trazos, así, para ilustrar, de algunas cosas que cuentan. La mejor, por sintética, me ha parecido esta: “In muy country, I run. I come here, I run”. Pues sí. Corrieron en su país. Corren aquí detrás de los camiones. Corren delante de la policía. Corren detrás de un sueño bastante naif de encontrar una vida en el Reino Unido. En cualquier caso, corren.

De lo más devastador que he oído es la lista de los países que han recorrido para llegar hasta aquí. Afganistán, Irán, Turquía, Bulgaria, Servia, Hungría, República Checa, Alemania, Holanda, Bélgica, Francia. O Etiopía, Sudán, Libia, Italia, Francia. O Kuwait, Irak, Egipto, Libia, Italia, Francia. Algunos te sueltan la lista casi recitando, como cuando cantábamos las provincias de Castilla la Vieja en el cole. Pero esto no es una canción infantil, sino una serie de palabras encadenadas que encierran muchos meses, muchos kilómetros (muchísimos, por eso he puesto el mapa), muchas humillaciones y mucho sufrimiento.



El pobrísimo inglés de este señor de Kuwait también le es suficiente para contarnos otra historia tremenda en cuatro palabras: “Fuck Libia, fuck Libia!”. Otras historias están contenidas en algunas cifras: cinco mil, diez mil (dólares que han pagado o que les han robado); o cuatro (días en el hospital que ha pasado un afgano, aquí en Calais, porque un poli le dio una hostia en la cabeza). Otro número que ilustra y que gusta a las fuerzas de seguridad es el uno: parece ser que los policías les pegan o les echan gas lacrimógeno cuando solo hay uno, cuando los pillan solos, para evitar que haya otra cosa que su palabra contra la de ellos (según me cuenta un agredido) en el improbable caso de que alguien les denuncie.

Este blog está empezando a parecer un rosario de desgracias, ninguna de ellas totalmente desconocida o inesperada. Vaya, que nada de lo que cuento es noticia No es nada nuevo la pena que dan, lo mal que lo pasan y cómo los trata esta Europa. Y me doy pena yo porque me siento así como muy inocente contando esto. Así como tontamente escandalizada. Y me siento un poco lerda porque me maravillo de que esta gente, estos chavales que he ido conociendo, no solo lo pasen fatal, sino que también sean capaces de echarse unas risas.

Aunque parezca mentira, encuentran tiempo y ánimo para otras cosas que no sea lamentarse. Como bailar, cantar, hacer bromas, jugar al fútbol. Anteayer tuvimos una sesión de folclore, sin ir más lejos. Una asociación llevó un generador para que pudieran cargar sus teléfonos móviles y poner música. Los afganos bailaron en grupo. Bailaban como entregados, como transportados a otro tiempo y a otro lugar, donde lo que aquí y ahora les rodea habría desaparecido.

Hace tres días, Melissa la de la furgoneta médica y yo, estuvimos con los chicos a una hora en la que nos pudimos quedar a solas con ellos. Un grupito de etíopes y eritreos alrededor nuestro no pararon de hacer bromas, y hasta tuvieron el temple de ponerse a cantar. Tenían un día particularmente gamberro y cariñoso. Se reían como si no hubiera un después.

La sesión lúdica de ayer fue algo más surrealista. Llegamos a la explanada a una hora también un poco rara y sólo había unos pocos voluntarios repartiendo té. El toque exótico lo ponía la policía disfrazada con sus mejores galas antidisturbio vigilando a un grupo de chavales que jugaban al fútbol y al boley (actividades altamente peligrosas, como es sabido). No eran más que chicos jugando con una pelota. La única diferencia de esta escena con otras de chicos jugando con una pelota es que no tenían agua para quitarse la sed (lo del agua es un verdadero problema).

Son las diez y media de la noche y llueve en Calais. Me temo que por mucho humor que le echen, mañana amanecerán empapados. Espero que esta noche no tengan que correr, y si lo hacen que sea para atrapar  un camión que les saque finalmente de aquí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario