jueves, 20 de abril de 2017

Un día en la jungla de Norrent-Fontes


Ayer pasé el día en una de las “junglas”. El campamento de Norrent Fontes tiene dos años de existencia. Está a una hora de Calais. Solo hay etíopes, sudaneses y eritreos. Musulmanes y cristianos. Personas de los tres países y de las dos religiones parecen convivir amablemente, al menos esa es la impresión si se va un día de visita. Hay unas 70 personas en estos momento.




Jungla de Norrent-Fontes
Ahora hay sólo 7 mujeres, pero llegaron a ser 50; todas dormían en la misma “casa”. La casa de las mujeres es una estructura de unos 50 metros cuadrados, un suelo absolutamente cubierto de colchones, totalmente, todo muy ordenado y todas las camas bien hechas. El techo está también cubierto de bolsas llenas de ropa, pero totalmente. En una esquina hay dos pequeñas bombonas de butano, una cocinita donde continuamente se prepara té y una salamandra pequeñita que calienta estupendamente. Todo increíblemente ordenado.
No todas las casas están tan recogidas. No en todas vive tanta gente. Aunque en la mayoría, parece que conviven grupos de hombres. En todas hay una magnífica salamandra fabricada a mano por un voluntario que calientan de forma sorprendente para su tamaño. Una bendición en esta región en la que hace un frío que pela.
Dicho esto, que nadie se haga una falsa impresión. Si fuimos allí a recoger basura era por algo. Cantidades de porquería rodean las casas. Todo está infestado de ratas que consiguen roer todo lo que se les pone por delante. Aunque también hay gatos, y, por lo que pudimos ver, les hacen el favor de comérselas. Muhamad, un epidemiólogo muy enérgico de Sudán, nos explica, sin perder la sonrisa, los riesgos que conlleva vivir rodeados de ratas.
Parece ser que las condiciones del campamento han mejorado mucho en los últimos años. Han pasado de vivir en tiendas en el barro a tener una especie de casitas con lo mínimo imprescindible para vivir: techo, cama, calor. En algunas, incluso tienen ventanas.
En el campamento, todo el mundo saluda, incluso se paran a darte la mano. Varios voluntarios de organizaciones diferentes pululan por todas partes, repartiendo gas, reparando puertas, trayendo comida, construyendo baldas, recogiendo basura, distribuyendo cosas para la higiene personal, decorando las paredes de las casas. Ahí he descubierto que existen Ginecólogos sin Fronteras.
Por lo demás, las historias son tremendas. Mucha gente lleva allí un año o incluso dos. Todos quieren cruzar el canal. Mientras, esperan en la jungla e intentan cruzar una y otra vez. Muchas personas lo intentan cada noche. Y cada noche, la mayoría, no lo consiguen.
El campamento está cerca de una gasolinera precisamente porque ahí hay un parking para camiones. Pero el parking ahora está cerrado. Los camiones ya no paran ahí. Así que hay que montarse en ellos en marcha, por detrás, subir al techo y hacer un agujero (!). Rose, una joven enfermera de Etiopia, así nos lo cuenta y dice que es “muy difícil para las chicas”, de modo que les toca esperar hasta que vuelvan a abrir el parking.
Los teléfonos son totalmente necesarios. Si te montas a un camión con GPS, puedes comprobar si el camión va en la buena dirección. Si no, hay que golpear en la pared del camión para que el camionero te oiga y pare. Otra razón poderosa por la que necesitan un teléfono es para hablar con la familia. Es una de las cosas piden más insistentemente a las asociaciones.
Libros en la jungla.
Por lo demás, muchas historias de familias separadas; de recorridos por Libia, Grecia, Italia; de planes para cuando consigan cruzar. Y una vida provisional donde, a pesar de que todos quieren pensar que no va a durar, insiste en crear un cotidiano soportable, cocinando, bebiendo té, reparando sus casas, intentando conseguir un nuevo par de zapatos, un cepillo de dientes, agua, gasolina para el generador, un teléfono o una carta telefónica. Pero donde más escucho todas sus historias no es tanto de lo que ellos mismos cuentan, sino más bien de los voluntarios. Me supongo que están hartos de volver a una y otra vez a tanta desgracia junta.
Y en todo este ambiente, nos invitaron a entrar en sus casas a tomar té, a compartir su comida, a sentarnos un rato para charlar. Mientras, siguen esperando.







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