lunes, 24 de abril de 2017

Calais: una de remedios


23 de abril, 2017
Estos últimos días, y comportándome como una voluntaria muy poco ejemplar, he abandonado la cocina y me he buscado la vida para acercarme físicamente a los refugiados. Durante tres días, me he convertido en la ayuda de cámara de Melissa, una mujer inglesa con una pequeña furgoneta roja llena de remedios naturales y experta en plantas medicinales. Hemos ido al lugar en el que se reúnen muchos refugiados, una explanada cercana a una gasolinera y a un enorme depósito al aire libre de residuos industriales,  donde se realizan las distribuciones de comida.




Foto tomada por un afgano.
Melissa se ha dedicado a tratar todo tipo de males. Sobre todo pies. Ampollas, heridas, hongos. Todo bastante feo, por lo general. También golpes de caídas, a menudo, por correr para huir de la poli o saltar de un camión. Yo me he dedicado a echarle una mano, aunque no creo que le he sido de gran ayuda. Mi labor se ha limitado a buscarle pacientes. “¿Te duele algo? ¿Tienes ampollas en los pies? ¿Toses?”. Y a llevarlos a la camioneta.

También hemos repartido muchos ajos. Ya sabéis: para ahuyentar a los perros de la policía, pero también porque el ajo tiene muchas propiedades (es antiséptico, bactericida, fungicida, etc.) que, al parecer, les puede ayudar a prevenir ciertas enfermedades. Hoy, con una chica de Salamanca y otra de Valladolid, hemos repartido también muchos sueros salinos, para que tengan algo con que aliviar los gases lacrimógenos con los que la policía los castiga. Además de toallitas higiénicas, para paliar la falta de duchas, cepillos de dientes y gel para lavarse las manos. Hemos servido unas cuantas dosis de jarabe y de un ungüento contra la tos (que parece endémica). En resumen, hemos repartido una ayuda pírrica a personas que están en una situación de extrema necesidad y que no tienen un lugar donde poder descansar ni un segundo de todo esto.

En cualquier caso, hacer esto me ha servido sobre todo a mí. Había venido a eso, a ver, a tocar, a poner caras. Y, sí, es bastante egoísta por mi parte. Solo me queda reconocerlo. Ya he dicho que no soy una voluntaria ejemplar. La única excusa que tengo es una tremenda deformación profesional que me puede, y una gran necesidad de ver para comprender. Aunque, cuando pones nombres y caras, la dimensión de lo que no comprendes tiende a expandirse.

1 comentario:

  1. En su mejor tradición, el don es una acción interesada y desinteresada, voluntaria y obligatoria.
    Eskerrik asko, errelatoarekin gugana itzultzeagatik.

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