viernes, 21 de abril de 2017

Calais: una ducha, por favor


20 abril, 2017
“Faire la maraude” es una de esas expresiones que aquí se aprende rápido. Yo no la conocía. La traducción es “hacer la ronda”. Aquí se usa en ese sentido y, en este contexto de refugiados y voluntarios, más específicamente, quiere decir “ir al encuentro de los refugiados que duermen al raso”. Esta mañana me he ido de ronda y he podido conocer una cara más de este poliedro.



Me he pegado a una pequeña asociación local que hace la ronda, reparte té, bollos y fruta entre los refugiados que deambulan por la zona. Si bien han dispersado a la mayoría de los refugiados, queda un número indeterminado de personas que insisten en quedarse y no cejan en su intento de cruzar el canal. No se quedan en ningún lugar fijo porque la policía los persigue y los “persuade” para que se marchen con esas técnicas tan propias de las fuerzas de seguridad. Así que cada día duermen en un sitio diferente.

Las asociaciones que hacen la ronda han establecido algunos puntos de encuentro y evitan ir adonde los refugiados se refugian para no proporcionar indicios a la policía sobre su localización. Pero, claro, la poli también va a veces a los puntos de encuentros. Esta misma noche han detenido de forma brutal a un chaval en una distribución de comida, según nos ha contado un voluntario que participaba en el reparto.

Esta mañana el punto de encuentro (uno de ellos, al menos) estaba en una campa cercana a una zona industrial en las afueras de Calais. Cuando hemos llegado, había unos cuantos ya esperando. Luego han ido llegando más y en total habría 70 o más personas. La gran mayoría hombres jóvenes, algunos muy jóvenes, algunos menores. Cuando se acercan a nosotros, nos dan la mano muy cortesmente y no se nos echan encima para conseguir la comida. No sé cómo se contienen.

Casi todos los hombres eran de Eritrea y Etiopia, y un pequeño grupo de Afganistán. Los afganos tenían los pies reventados, hinchados y con un montón de ampollas. Sus zapatos completamente inservibles y los calcetines inexistentes.

La comunicación es difícil porque hablan muy poco inglés o nada, aún menos francés, aunque los afganos hablaban algo de italiano. Esto de viajar, lo que tiene es que aprendes idiomas…

En esta comunicación tan precaria es difícil que te cuenten nada, ni siquiera que te expliquen lo que necesitan. Aun y todo, un chaval de Eritrea de 17 años se las ha apañado para pedirnos ajos. Y todos nos preguntamos ¿ajos? Pues sí, necesitan ajos para que los perros de la policía no les localicen por el olor. No tengo ni idea de si realmente funciona. La policía los busca con los perros y cuando los encuentran les invitan a comer churros con chocolate. Vaya, que los gasean con espray y los corren a palos. Así que ni siquiera pueden descansar realmente en ningún sitio, porque siempre está la poli al acecho.

Toda esta gente duerme, pues, al raso; a temperaturas, estos días, de cero o bajo cero por la noche. Con un ojo abierto y otro cerrado. Eso cuando no están intentando subir a un camión, pasatiempo al que se dedican por las noches. Comen lo que las asociaciones les proporcionan y sueñan con una ducha.

Hemos estado repartiendo té y bollos en otro punto, en una parada de autobús cerca de la estación. Ahí también se han acercado unos cuantos, aunque menos. Algunos acababan de bajarse de un autobús y estaban bastante despistados. Una de las pocas cosas que me ha dicho uno de ellos, al menos ocho veces, es que llevaba diez días sin ducharse. Todos piden agua, pero no para beber, sino para lavarse al menos la cara y las manos.

En la zona industrial he visto a los afganos afeitándose. Era una estampa un tanto conmovedora. Como si, en la carencia más total y en medio de la nada, intentaran conservar algo, y ese algo se encuentra en mantener cierta limpieza, cierto orden en su cuerpo.

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